El Chicago Tribune, a finales de junio del 42, informa del asesinato masivo de judíos. Como muchos otros periódicos, el Tribune lo pone en la página 6 o 7 en un pequeño y diminuto artículo. O te lo pierdes, o si lo viste, dirías que los editores no creían que esto era verdad. Si pensaran que es verdad, estaría en las primeras páginas. Sólo algunos periódicos pusieron la historia en primera plana, incluido el Pittsburgh Courier. La idea dominante en el gobierno estadounidense es que cualquier acto de rescate será una desviación del esfuerzo bélico. Ambas cosas podrían haberse hecho al mismo tiempo. A pesar de eso, un grupo de funcionarios del gobierno apoya y financia las operaciones de rescate. Los soldados aliados comienzan a liberar campos de concentración y a encontrar fosas comunes. La opinión pública se da cuenta de la magnitud del Holocausto.
Las horas finales de la II Guerra Mundial cambiaron el curso de la historia. A medida que los norteamericanos se acercan a Japón, los japoneses pelean con mayor intensidad. La cuestión es ahora como terminar el conflicto. ¿Sitiarlos y rendirlos por inanición? Muchos en el mando militar creen que los japoneses nunca se rendirán. La alternativa es un desembarco masivo que empequeñecería la invasión de Normandía. La masacre de millones sería inevitable. Pero hay una tercera opción más siniestra: La bomba atómica.
El ascenso de Hitler al poder fue un momento único en la historia. Alemania sufrió una humillante derrota en la I Guerra Mundial y está estrangulada por las indemnizaciones de guerra. Hitler ofrece un culpable: los judíos. Los nazis cuando llegan al poder constituyen rápidamente leyes antisemíticas y aviva los recelos contra los judíos. Pero cualquiera etiquetado como 'indeseable', desde oponentes políticos, hasta minusválidos o gitanos, también son enviados a los campos de concentración. Allí trabajaban hasta morir, perecían por hambre o eran ejecutados. ¿Cuánto llegó a saber el resto del mundo sobre lo que estaba pasando?
Mientras se sucede otro amargo invierno en la II Guerra Mundial, los aliados están desesperados por terminar el conflicto. Winston Churchill despliega su formidable fuerza de bombardeo para romper el punto muerto. La población de Dresde, en el este de Alemania, es elegida para lanzar sobre ella miles de toneladas de bombas incendiarias. Se produce una devastadora tormenta de fuego. La propaganda Nazi denuncia los hechos y la controversia se vuelve contra los mismos aliados.
Adicto a la cocaína desde las heridas causadas por el intento de magnicidio de Stauffenberg, Hiler ordena un audaz plan para recuperar la iniciativa en la guerra. Imágenes restauradas y coloreadas nos muestran los inicios de la ofensiva alemana y la llegada del general George Patton a Bastoña para romper el asedio de la ciudad. También conoceremos el papel de los comandos alemanes, que infiltraron soldados angloparlantes disfrazados de tropas aliadas detrás de las líneas enemigas para sembrar la confusión.
La idea dominante en el gobierno estadounidense es que cualquier acto de rescate será una desviación del esfuerzo bélico. Ambas cosas podrían haberse hecho al mismo tiempo. A pesar de eso, un grupo de funcionarios del gobierno apoya y financia las operaciones de rescate. Los soldados aliados comienzan a liberar campos de concentración y a encontrar fosas comunes. La opinión pública se da cuenta de la magnitud del Holocausto.